Ya no se ven por los pantalanes aquellos navegantes de polo ajustado, pantalón vaquero campana y pelo largo. Lo digo en tono jocoso puesto que las modas cambian, y evidentemente nadie iría vestido actualmente como en aquellos años a los que me refiero, principios de los 70 del anterior siglo.

Podría decir, sin riesgo a equivocarme, que los regatistas de aquella época eran más aventureros que los actuales, y también eran pioneros en un deporte que a pesar de que se llevaba años practicando, había dado un salto cuantitativo en el número de barcos y de navegantes. En aquella época, múltiples astilleros repartidos por todo el mundo fabricaban barcos en serie de fibra de vidrio. Los barcos “de encargo” se dejaban para los bolsillos que podían permitírselos.

Varios célebres navegantes de recreo habían realizado hazañas que hasta el momento parecían impensables. Tabarly, impulsor de la navegación popular a vela en Francia, había ganado la regata transatlántica en 1964. Sir Francis Chichester había dado la vuelta al mundo en solitario a bordo de su barco “Gipsy Moth” en el año 1966. Se había celebrado la regata Golden Globe alrededor del mundo en solitario y sin escalas y un personaje ascético como Bernard Moitessier, seguía circunnavegando el planeta a pesar de haber ido en cabeza durante toda la competición hasta que una vez doblado el Cabo de Hornos decide continuar navegando hacia el este sin parar. Aquella regata la gana finalmente Robin Knox-Johnston, que iba en segundo lugar.

Una vez perdido el miedo a circunnavegar el globo, múltiples patrocinadores publicitan sus productos, poniendo dinero contante y sonante al servicio de muchos patrones que ofrecen publicidad a cambio de financiación para la construcción y armamento de los yates, tanto en equipamiento como de tripulación. De este modo nace el patrocinio en la navegación deportiva.

Pero también existen unos pocos armadores de barcos que arriesgan sus fortunas al servicio de su afición favorita: la navegación a vela. Me voy a centrar en dos personas distintas pero en cierto modo parecidas: Ramón Carlín y Conny Van Rietschoten. Ambos eran empresarios y pusieron el dinero de su propio bolsillo para armar sus barcos.

Ramón Carlín era un empresario mexicano aficionado a navegar a vela los fines de semana. Se enteró que se organizaba una regata alrededor del mundo con tripulación y patrocinada por la cerveza británica Whitbread. Dicha regata comenzaría el 8 de septiembre de 1973 en Portsmouth, Inglaterra. Ramón decide inscribirse, pero para ello necesitaba adquirir el barco adecuado. Recorre varios astilleros en Estados Unidos pero no le convence ningún modelo. Finalmente viaja a Europa y visita el célebre astillero finlandés Nautor. Este astillero fabricaba yates de fibra de vidrio en serie y de gran calidad. Sus diferentes modelos se llamaban “Swan” y allí se estaba construyendo un nuevo modelo, el Swan 65, que habían encargado varios armadores para aquella vuelta al mundo. Le gusta dicho barco y decide encargar uno. Unos meses más tarde se lo entregan y lo bautiza con el nombre de “Sayula”.

Escoge su tripulación entre algunos familiares y conocidos, además de algunos otros cogidos a lazo entre diversos voluntarios. En esos tiempos no había una bolsa de tripulantes profesionales y con experiencia como en la actualidad, sino mucho aventurero, con conocimientos de navegación a vela pero sin experiencia oceánica. Había que arriesgarse y aceptar lo que había. Después ya se iría puliendo a la tripulación a base de practicar las maniobras.

Contra todo pronóstico y después de ganar varias etapas, el Sayula y su “inexperta” tripulación se llevan el primer puesto global en la regata. Son los vencedores absolutos de la Whitbread 1973-74. Pensemos que había regatistas de la talla de Eric Tabarly, que realmente tuvo mala suerte en aquella regata con su barco ya que rompió dos veces el palo. Pero esto no le quita un ápice del mérito a la tripulación mexicana.

El otro armador que nombraba unas líneas más arriba era Cornelis (Conny) Van Rietschoten. Este hombre era un empresario holandés que también decidió invertir parte de su fortuna en armar un barco, pero para la vuelta al mundo de 1977-78. Debido al gran éxito cosechado por el Swan 65, varios armadores deciden seguir apostando por ese modelo para la regata del año 1977, pero él encarga al diseñador Sparkman & Stephens un diseño algo mejorado de ese modelo y lo construyen en aluminio en un astillero de Holanda. Al barco le llama “Flyer”. A diferencia de Ramón Carlín, Conny contrata a varios de sus tripulantes, pagándoles un sueldo y escogiéndolos entre los mejores de aquella época. El resultado es que gana la regata y en la siguiente edición, la de 1981-82, con un nuevo y mayor barco, el “Flyer II”, vuelve a ganar la regata. Posteriormente se retira de las competiciones, aunque no de la navegación, puesto que hasta que su edad se lo permitió, siguió navegando.

Empezaba la profesionalización de la navegación a vela y de las regatas. Es extraño actualmente encontrar navegantes al más alto nivel que no estén contratados y bien equipados por el patrocinador correspondiente. Ya no se ven los pantalones vaqueros y las zapatillas de lona por los pantalanes, sino ropa mucho más adecuada para navegar, aunque el espíritu en muchos de los que navegamos siga siendo el de pasarlo bien entre amigos que compartimos una misma afición: la navegación a vela.