Con este nombre se denomina a un barco que está de paso en un puerto. Todos los puertos suelen disponer de un número variable de atraques para cubrir la demanda de los barcos que van a permanecer temporalmente amarrados.

Sobre todo es durante el verano cuando más demanda existe. Lógicamente esto es debido a que la meteorología suele favorecer las travesía más largas en la época estival. No obstante, transeúntes hay durante todo el año. Cuántas veces vemos barcos que ya bien entrado el otoño o incluso el invierno recalan en nuestros puertos, quizás arrumbados hacia aguas más cálidas o bien de regreso a sus cuarteles de invierno.

Hay muchos tipos de personas que tripulan los barcos de tránsito. Los hay más o menos “frikis”, que suelen fondear en algún lugar del puerto apropiado para ello y desembarcan a tierra en neumáticas más o menos desvencijadas. Sus barcos suelen ser modelos construidos por ellos mismos, la mayoría de veces con casco de acero y de formas extrañas.

Con esto no quiero decir que todos los que fondean sean personas extrañas o que se salgan de la normalidad, ni mucho menos. Tal y como está la economía de estropeada, cada vez es más habitual que muchos navegantes prefieran fondear, que suele ser gratis, a estar amarrados y pagar una cantidad por día de atraque.

También se ven  personas mayores, normalmente jubiladas, que quizás con sus ahorros han adquirido un barco o han decidido dejar atrás su tranquila vida hogareña y se lanzan a atravesar mares y océanos para descubrir nuevos lugares y costumbres.

Muchas familias también deciden pasar sus vacaciones en el barco, navegando de puerto en puerto o de fondeadero en fondeadero y de este modo poder disfrutar todos de la navegación. Es una opción muy buena que además no suele conllevar grandes gastos, salvo los habituales de comida, combustible y atraques.

A veces ocurren también imprevistos que pueden estropearnos una travesía bien planificada. Conozco el caso de un navegante solitario, que una vez largadas las amarras en su puerto base, se disponía a realizar una travesía para disfrutar de sus vacaciones. Cuando estuvo libre de puntas, se dispuso a recoger las defensas del costado del barco y para ello fijó un rumbo en el piloto automático, con la mala suerte de tener una boya de hierro, bien grande, oculta por una de las velas. Como consecuencia de ello sufrió un abordaje con dicha boya y tuvo que volver a reparar al puerto el boquete que le había producido en la proa. Afortunadamente localizó a una persona que le reparó la avería en poco tiempo y pudo reanudar de nuevo su frustrada navegación.

En cuanto a las tarifas que cobran los puertos a los transeúntes, varían de unos a otros y sobre todo dependen del tamaño de la embarcación. Se puede llegar a pagar, por ejemplo, 90 € en un puerto y 30 € en otro. Ahí suele influir la demanda de atraques que haya. No es lo mismo el mar Mediterráneo, en el que navegan muchos barcos de recreo, que el Cantábrico, donde aunque también se navega mucho, influye mucho la meteorología, normalmente menos benigna.

También hay puertos que ofrecen una tarifa económica por pasar unas horas atracados, quizás para comer en un restaurante del propio puerto o simplemente para hacer compras o cualquier otra gestión en tierra.

Los transeúntes suelen animar la monótona rutina diaria de un puerto. Es habitual ver a los tripulantes desayunando, comiendo o cenando en la cubierta de sus barcos. Cuando finaliza la temporada de verano, esos atraques suelen ir vaciándose y los barcos que los han ocupado navegan de regreso a casa, como las aves migratorias. No deja de ser una señal de la proximidad del otoño.