Toda persona que vaya a hacerse a la mar debe obtener previamente una buena información meteorológica si no quiere verse sorprendido por un golpe de viento o una mar gruesa.

No obstante, a menudo ocurren fenómenos meteorológicos que no estaban aparentemente previstos. Pueden ser debidos a diversos motivos pero en general suelen ser fenómenos locales, influenciados quizá por la configuración de la costa o las altas temperaturas.

En verano las temperaturas son, lógicamente, más elevadas. Esto ocasiona un fuerte calentamiento de la tierra que suele dar lugar a las brisas costeras. Dichas brisas normalmente no suelen pasar de fuerza 3 a 4 en la escala Beaufort, aunque en algunas zonas pueden llegar a tener una fuerza aún mayor. Por ejemplo, en el mar Cantábrico en verano, las brisas suelen ser de componente nordeste. Pero no soplan con la misma fuerza en la zona oriental que en la occidental. A medida que vamos haciendo millas hacia el oeste el viento suele incrementar su fuerza de una manera notable, siendo en la Estaca de Bares (Galicia) donde con mayor intensidad sopla, a menudo con rachas de temporal.

Volviendo a la cuestión que nos ocupa, podemos ser sorprendidos por alguna turbonada sin haber tenido signos claros que pudieran anunciárnosla. Muchos de los lectores quizá hayan visto durante estos meses, en las redes sociales, una serie de vídeos que han circulado acerca de un pequeño “huracán” que se produjo en la isla de Córcega el pasado verano. Dicho fenómeno sorprendió a muchos barcos que se hallaban fondeados en varias calas, sin darles tiempo a levantar el fondeo y alejarse de la costa ya que las condiciones eran apocalípticas. También afectó al interior de la isla, derribando árboles y estructuras varias, y provocando además algunos muertos.

El pasado verano, el agua del Mediterráneo ha estado especialmente caliente. En muchos lugares ha llegado a tener 29 grados de temperatura. ¿Podría ser la clave? No es descartable. Hay que tener en cuenta que los huracanes del Atlántico son más virulentos cuando entran en el Caribe, que es un mar con altas temperaturas también. Posteriormente, al dirigirse hacia el este y entrar en aguas más frías suelen perder intensidad convirtiéndose en borrascas extratropicales.

Un problema añadido que suele darse cuando ocurren estos fenómenos anormales es la gran afluencia de barcos en las calas durante los meses de verano. Es francamente complicado maniobrar en un espacio reducido y rodeado de barcos. Cualquier barco que comience a garrear debido al viento, es un peligro para todos los demás. No digamos si los que garrean son varios barcos a la vez.

¿Y si me sorprende alejado de la costa? Aunque no sería agradable, ni mucho menos, siempre tendremos algo más de margen para preparar el barco: arriar las velas, trincar los elementos de cubierta, arrancar el motor, intentar capear o correr el chubasco si vemos que tenemos suficiente margen para no ser arrastrados hacia la costa. Son medidas que podrían hacer algo más “llevadera” la situación.

Por ejemplo, las galernas en el Cantábrico siempre son más manejables cuando el barco se encuentra alejado de la costa. Conozco el caso de un barco que, sorprendido por una galerna, corrió unas cuantas millas hacia el este y pudo entrar en un puerto que se encontraba a unas veinticinco millas de su puerto base, sin sufrir ningún daño. Durante esa misma Galerna fallecieron varias personas, dos ahogadas al caer al mar desde su barco y una en la playa, golpeada por una tabla de windsurf que salió volando.

Por tanto, cuando vayamos a navegar por zonas que no conozcamos demasiado, quizá sea bueno primeramente informarse de esos fenómenos meteorológicos que pueden producirse de vez en cuando y evitar zonas que pueden convertirse en verdaderas ratoneras. A menudo, los navegantes de los puertos locales y las personas que han navegado con frecuencia por allí son los que mejor podrán aconsejarnos sobre ello.