Los submarinos, tal y como los conocemos desde hace muchos años, son buques que pueden sumergirse hasta determinadas profundidades, con fines científicos, bélicos o turísticos.

El invento del submarino revolucionó la manera de explorar los fondos marinos puesto que se podía llegar a profundidades que con equipos de respiración autónomos eran muy difíciles o prácticamente imposibles de alcanzar.

En el campo científico todos recordaremos los reportajes que se emitían por la televisión del Comandante Cousteau con el buque Calypso y su batiscafo para sumergirse a grandes profundidades.

En el ámbito de la guerra naval los submarinos fueron la pesadilla de los buques de superficie, sobre todo de los mercantes durante las dos grandes guerras mundiales, y sobre la vida a bordo de estos buques vamos a dar una idea en estas breves líneas.

Para empezar a hablar de los submarinos hay que tener en cuenta que son buques que deben ser manejados tanto en superficie como bajo el agua, por lo tanto implican un gran conocimiento de todos los complicados mecanismos que llevan a bordo. Es fácil imaginarnos que en un sumergible se da la orden de “inmersión” y no hay más que cerrar la escotilla principal y tirar para abajo, pero no es tan fácil como parece. Hay unos protocolos específicos que deben ser respetados si no se quiere provocar un grave accidente y que el buque se sumerja definitivamente para siempre.

Por ejemplo, el último en abandonar la torre solía ser el comandante del buque y para ello debía cerrar la escotilla, colgándose a menudo de ella. Hubo casos en los que había que parar la inmersión puesto que algún objeto impedía el cierre completo estanco de la escotilla con el consiguiente peligro de inundación. Por otro lado, los tanques de lastre debían ser llenados de agua de mar para que el buque tuviera flotabilidad negativa y pudiera sumergirse, pero a una determinada profundidad debían de ser equilibrados mediante aire a presión que se almacenaba en botellas especiales. Era el mismo aire que servía para “soplar” los tanques y subir a la superficie.

El aire a presión también servía para regular la presión atmosférica dentro del submarino, tanto al hacer inmersión como al emerger. Ocurrió en alguna ocasión que al abrir la escotilla, los tripulantes de la cámara de mando salieron despedidos hacia afuera por la diferencia de presión entre el interior del submarino y la superficie.

Otro problema fundamental al que se enfrentaban los submarinos era que no podían navegar en inmersión utilizando los motores de combustión interna, sino que debían utilizar los motores eléctricos que dependían de unos grandes acumuladores (baterías) que llevaba el sumergible. Esos acumuladores podían cargarse con los motores principales durante la navegación en superficie, pero si un submarino debía permanecer mucho tiempo en inmersión, por ejemplo por un ataque de buques en superficie, tenía que parar los motores eléctricos para no descargar del todo las baterías.

Esto se solventó, parcialmente, cuando se inventó el snorkel que no era más que un tubo que, asomando sobre la superficie del mar, permitía aspirar el aire necesario para que los motores diesel pudieran funcionar estando el submarino sumergido. De este modo el buque podía navegar más rápido que con los motores eléctricos y a su vez seguir cargando las baterías. El inconveniente que tenía era que también servía para descargar los gases generados durante la combustión y ese humo podía ser detectado a gran distancia por otros buques enemigos. Además, a menudo el tubo se sumergía en el agua y automáticamente se cerraban unas válvulas que impedían la entrada del agua de mar, provocando una gran depresión dentro del submarino debido a la aspiración de los motores, y generando dolores en los oídos de los tripulantes.

Hubo un submarino que navegó sumergido durante sesenta días en el Atlántico Norte, utilizando el snorkel, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Dicho submarino navegó desde Alemania hasta La Argentina para entregarse allí, ya que éste era un país neutral. Llegó con el cargamento completo de torpedos y munición para poder demostrar que no había atacado a ningún buque durante su travesía.

Destacar también que el espacio a bordo de un submarino es muy limitado. Múltiples tuberías y aparatos llenan los mamparos y techos del mismo. Por ese motivo los alojamientos son muy pequeños. Quizá el comandante era el único que disponía de un minúsculo camarote separado del pasillo simplemente por una cortina de tela. El resto de la tripulación, incluidos oficiales, debían compartir las literas con la otra mitad de la dotación, existiendo por ello lo que se llamaba “cama caliente”. Consistía en que cuando la mitad de la tripulación estaba de guardia, la otra mitad dormía y viceversa. Por lo tanto las literas se compartían con otro compañero de tripulación. Al levantarse uno, otro se acostaba.

Los marineros solían dormir en los compartimentos para los torpedos, que en zafarrancho de combate tenían que estar libres para poder lanzarlos. Estos compartimentos también servían para lanzar las basuras al mar mediante aire comprimido cuando no se podía salir a la superficie para hacerlo.

En cuanto a la comida, aunque al principio de las campañas el submarino salía con la despensa completa de alimentos frescos y en conserva. La fruta, verdura y otros alimentos perecederos se iban consumiendo y finalmente solo quedaban las conservas  para alimentarse. Salvo que parasen a algún buque mercante enemigo y pudieran vaciar su gambuza o se aprovisionasen con otro buque de su misma nacionalidad, no tenían más opción que alimentarse de esa manera.