La mole del cabo de San Vicente era imponente. Se podría decir que era la definición exacta de lo que tendría que ser un cabo, con el faro vigilando el océano Atlántico desde el Norte hasta el Este. Estaban en la “barbilla” de la Península Ibérica y en ese momento lo tenían por el través de babor.

Habían navegado durante todo el día muy rápidos, acompañados por la ola larga del alisio portugués y sin abandonarles en ningún momento. Una navegación muy placentera, con el sol brillando hacia el mediodía y solamente ocultado por las velas de vez en cuando. No obstante, cuando empezaron a caer hacia babor para ir doblando el cabo, el viento comenzó a amainar poco a poco hasta que las velas gualdrapearon, movidas por la fuerte marejada que aún llegaba desde el norte.

Estuvieron encalmados casi media hora, pero avanzando lentamente a medio nudo gracias a la corriente de Portugal, que justamente en ese cabo viraba hacia el Este y arrumbaba hacia el Estrecho de Gibraltar. De pronto, la temperatura subió rápidamente tres o cuatro grados, y hubo un contraste de viento, ya que comenzó a soplar desde el Este. Cazaron las velas y se dispusieron a ceñir, aunque como aproaban ya hacia la bahía de Cádiz, les venía por la amura de babor. Era ésta una ceñida cómoda, sin ola, y en la cual probablemente no tendrían que dar bordadas, siempre que el viento no rolara hacia proa. Era casi seguro que ese viento calmara por la noche.

La previsión para el Golfo de Cádiz y la zona del Estrecho era de vientos flojos de dirección variable. Pedro ya había cruzado varias veces ese embudo, con todo tipo de condiciones: viento de proa, viento de popa, niebla, despejado… Mientras no se metiera la terrible niebla o un temporal de levante, no habría por qué preocuparse. Además estaba siempre vigilante el Centro de Coordinación de Salvamento de Tarifa, más conocido por “Tarifa tráfico” para abreviar. Les llamarían cuando estuvieran por el sur del Cabo Trafalgar para indicarles la situación, rumbo, número de personas, puerto de destino y hora prevista de llegada.

Pero antes recalarían en Rota, que seguramente les recibiría muy bien, como siempre. Tenían intención de hacer consumos, aunque no habían gastado demasiado combustible, pero querían ir sobrados por si el Mediterráneo les recibía con las condiciones habituales: viento de proa o calma total. Además deberían reponer comestibles porque la despensa había ido vaciándose poco a poco. Los tripulantes comían y comían sin parar, sobre todo durante las guardias nocturnas. Antonio, un buen amigo de Pedro que había navegado mucho con él, siempre decía que había que tener una buena provisión de “madalenas” porque en su opinión era lo más fácil de comer durante una guardia. Pedro le tomaba el pelo por ese motivo.

Aún había luz, aunque poco a poco el escaso resplandor que aún quedaba iba muriendo hacia el Oeste. Las estrellas principales habían ido asomándose poco a poco por el cielo de levante, y ya se iban viendo las de primera magnitud brillar en la bóveda celeste, sobre todo las que más le gustaban a Pedro: Vega, Deneb y Altair, el “triángulo de verano”. Desde hacía tiempo se había aficionado a identificar las principales estrellas del firmamento, y solía enseñar al resto de tripulantes las diversas constelaciones que conocía para ir hallando las estrellas más importantes. Hacía rato que además había preparado la observación con el sextante. Había buscado estrellas que le cortasen bien entre el sudeste y el sudoeste, ya que con la tierra al Norte iba a ser complicado medir la altura.

Buscó un ayudante y midió la altura de tres estrellas, justamente antes de que comenzara el crepúsculo náutico para no perder el horizonte. Su buen y fiable sextante “Freiberger” con óptica “Zeiss” siempre le acompañaba en sus travesías. Hizo el cálculo y descartó una de las estrellas porque no hacía un buen corte con las demás, pero observó también una demora del faro de San Vicente que le sirvió para fijar bien el punto. Obtuvo una buena posición, solamente con una diferencia de décimas sobre la posición que indicaba el navegador satelitario.

(Continuará)