Recalaron en el puerto de Rota con un fuerte viento de levante que les obligó a preparar muy bien la maniobra de atraque en el pantalán de espera. Como el viento venía de través, se aproximaron con suficiente máquina pero controlando la velocidad del barco, y a unos cuatro metros del pantalán se dejaron abatir por el viento, que les fue llevando poco a poco hasta el mismo. Habían protegido con bastantes defensas el costado de estribor para evitar golpes en el casco. Una vez amarrados, Pedro se dirigió a la oficina de la capitanía del puerto para registrar la embarcación, donde le atendieron con mucha amabilidad.

Una vez pasados por la ducha para «desengrasar» el cuerpo, fueron a hacer algunas compras para aprovisionar el barco, ya que previsiblemente no harían ninguna otra escala hasta llegar a las Baleares. Tenían que comprar fruta y verdura, además de reponer otros alimentos no perecederos que habían ido consumiendo. No se olvidaron de las madalenas de Antonio, aunque Pedro había probado también su habilidad con la repostería haciendo en el horno del barco un bizcocho de almendras que le había quedado muy bueno. El problema era que como el horno consumía mucho gas, no podían abusar de él.

Después de las compras, y de hacer consumos, aprovechando que estaban en el pantalán de espera, decidieron ir a cenar un pescado de la bahía a un restaurante cercano. De vez en cuando había que permitirse algunos lujos, aunque ellos eran de los que normalmente preferían hacer las comidas en el barco.

Por la noche, Pedro sacó la carta del Estrecho de Gibraltar y las del Mediterráneo, y guardó las del Atlántico, que ya no las necesitarían hasta el regreso del barco en septiembre. Aunque ya estaban trazados los rumbos y distancias de cabo a cabo, Pedro lo comprobó todo de nuevo con el transportador de ángulos y el compás de puntas. Recibieron por el radioteléfono de Vhf un parte meteorológico sobre las diez de la noche, que confirmaba el que habían visto en la oficina de la capitanía del puerto. El parte para el Estrecho de Gibraltar previsto para las siguientes cuarenta y ocho horas era de viento flojo de poniente, que en el área de Tarifa refrescaría previsiblemente. Eso quería decir que el viento de levante calmaría pronto. Era un parte meteorológico muy bueno y tenían que aprovechar que estaba abierta la puerta para pasar el Estrecho.

Al día siguiente, Pedro tocó diana a las seis y media de la mañana mientras hacía el café y preparaba el desayuno. Algunos de los tripulantes se hicieron los remolones en la litera, pero él utilizó un truco infalible, que era arrancar el motor. Eso les despabilaba siempre a los más holgazanes.

Desayunaron bien, y a las siete y media estaban largando el último cabo de amarre que aún les mantenía unidos a tierra. El sol hacía tiempo que estaba ascendiendo y la visibilidad era muy buena. Pusieron rumbo sur para librar los bajos de Cádiz. Mientras, izaron la mayor aunque aun no soplaba viento. Solamente había un poco de terral que apenas hinchaba la vela. Establecieron los turnos de guardia y los más dormilones aprovecharon para echarse la «siesta del carnero». Si todo iba bien, esa misma noche habrían dejado por la aleta de babor Punta Europa, en la boca este del Estrecho de Gibraltar.

Una vez librados los bajos de Cádiz, arrumbaron ligeramente hacia el este para pasar a tres millas al oeste del Cabo Roche. Habría que vigilar bien las almadrabas, puesto que en aquella época del año estaban ya fondeadas y no querían sustos. En una regata de vuelta a España, el barco en el que iba Pedro casi se mete de lleno en una de ellas porque el patrón del barco decidió arriesgarse a navegar muy cerca de la costa para acortar distancias. Menos mal que vieron un bote que tenía una marca cardinal oeste y pudieron virar a tiempo. Si no, hubiera sido un desastre.

(Continuará)