En el ocaso de los grandes buques mercantes a vela, aún había armadores que apostaban por seguir manteniéndolos, a pesar de que la propulsión a vapor o mediante motores diesel eclipsaban cada vez más a los barcos de vela.

Hace años escribí sobre el tema (ver la serie “Los últimos barcos mercantes de vela”) y ésta historia está basada en uno de ellos, que precisamente fue uno de los buques más grandes a vela que surcó los mares en esa última etapa gloriosa de la vela.

Era un día brumoso y gris del otoño en el puerto de Hamburgo. En uno de los buques amarrados a uno de los muelles de aquel gran puerto, los estibadores ultimaban la colocación de la carga bajo la severa vigilancia del primer oficial del buque y del contramaestre. Era fundamental estibar bien la carga puesto que siempre existía el riesgo de que un golpe de mar pudiera desplazarla, comprometiendo la estabilidad del buque.

El cargamento se componía, principalmente, de pianos fabricados en una prestigiosa empresa de Alemania y que iban destinados al mercado sudamericano. Dicha empresa se había establecido en América hacía unos años, logrando un gran éxito con las ventas por la gran calidad del sonido que salía de esas cajas mágicas. El resto de la carga era variada: vino tinto de España, sombreros manufacturados en Francia y algunas cajas con motores diesel alemanes, una revolución durante aquellos años.

El primer oficial dio orden de cerrar los cuarteles de las escotillas y de colocar los encerados, a la vez que repasaba el borrador del Manifiesto de carga que posteriormente pasaría a limpio para que lo firmara el capitán (el “viejo” en la jerga mercante). Mientras, otros marineros dirigidos por el contramaestre, subieron a los mástiles con objeto de ir soltando los matafiones de las velas y orientando las vergas para que cuando el remolcador largase el cable en la boya de recalada pudieran desplegar cuanto antes los más de cinco mil metros cuadrados de trapo que reposaban aferrados en la arboladura del buque.

Aunque fuera un buque de vela, era de los más avanzados de su época porque contaba con maquinillas movidas a vapor para poder bracear las vergas y cazar sus enormes velas, lo cual permitía embarcar una tripulación más reducida que en otros barcos. Además la compañía “P”, propietaria del buque, tenía fama de tratar muy bien a sus tripulaciones, proporcionándoles abundante comida y ropa marinera de gran calidad. Eso no quitaba para que la vida a bordo fuese muy dura y cada vez menos personas quisieran enrolarse en este tipo de barcos.

Finalizó el suministro de agua y se recogieron las mangueras a bordo. Las amarras se aligeraron también. Había una ligera brisa que soplaba del muelle, así que ese mismo viento les ayudaría a desatracar, junto con el remolcador que iba a tirar del buque. Últimas despedidas en el muelle y en la plancha del barco. Se dejaban atrás dos meses de permanencia en tierra durante los cuales se habían hecho una serie de reparaciones a bordo y la tripulación se había recuperado de la anterior travesía desde el océano Pacífico. Además, habían embarcado un juego nuevo de velas, imprescindible para navegar por las altas latitudes del Sur. Si todo iba bien, en mayo volverían de nuevo a Alemania y podrían disfrutar de la magnífica primavera en las altas tierras del país.

El pequeño remolcador de vapor se aproximó hacia el barco, exhalando un humo intenso y con el emisario de la estacha de remolque preparada para lanzarla a los marineros que había en el castillo de proa. Una vez lanzada, éstos recibieron el emisario y comenzaron a cobrar de él para llegar hasta el cable de remolque, que hicieron firme en una bita una vez estuvo a bordo. El práctico, mirando al capitán, le indicó que cuando quisiera ordenara largar amarras. El viejo, con una voz potente dio la orden al primer oficial y éste al contramaestre que a su vez la repitió a los marineros.

El barco fue abriéndose del muelle y siguiendo fielmente al remolcador como un perro a su amo, enfiló hacia la canal del puerto de Hamburgo. El Mar del Norte y el Canal de la Mancha esperaban por la proa.

(Continuará)