Nos invitan a pasar un día de navegación a bordo de un barco y es la primera vez que navegamos. Una de las primeras dudas que nos puede entrar es si sufriremos el llamado «mal de mar», es decir, el famoso mareo tan temido por cualquiera que quiera pasar un agradable día en la mar. ¿Pero cómo podemos saber si nos vamos a marear, y también, cómo podemos en cierto modo evitar ese temido mareo?

Pues bien, para la primera pregunta no hay una fórmula mágica. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que el mareo es una mala lotería que te puede tocar o no. Es decir, hay personas que nunca se marean y, sin embargo, otras sufren el mareo a menudo. Y aún hay un tercer grupo de personas que normalmente no se marean pero cuando comienza la fuerte marejada o la mar gruesa, pueden sufrir el mencionado «mal de mar».

En cuanto al primer grupo de personas, es decir, las que nunca se marean, pues enhorabuena para ellos. Son los más afortunados y serán los tripulantes apropiados para cocinar navegando, o hacer cualquier otro trabajo en el interior del barco que normalmente te prepara para asomarte por la borda y dar de comer a los peces.

Vamos a los que sufren el mareo a menudo. He conocido a personas muy aficionadas a navegar y a pescar que han sufrido bizarramente sus mareos como quien sufre de acidez en el estómago, gota, artrosis o cualquier otro mal de los que se pueden padecer entre la mayoría de las personas corrientes. Les puede el amor al mar y a su afición favorita y lo único que les queda es combatirlo como puedan. Después hablaremos de cómo hacerlo.

En cuanto a los que sufren ocasionalmente el mareo, sobre todo debido a que se comience a mover el barco más de lo normal, es quizás el grupo más numeroso de todos ellos. Esto suele ocurrir cuando se ha estado mucho tiempo sin navegar, y lógicamente el cuerpo no está acostumbrado a los movimientos del barco. También se pueden ver sorprendidos por tan molesto mal cuando después de unos días de bonanza climatológica, viene una borrasca y les estropea la fiesta. En ese caso suelen ser mareos pasajeros y con el tiempo el cuerpo se acaba acostumbrando tanto al movimiento, que se puede llegar a hacer el pino en el interior del barco, leer, cocinar e incluso hacer los trabajos más intrincados en lugares recónditos del barco, sin temor a marearse.

Factores que favorecen el mareo:

  • Cansancio y sueño

  • Mirar al agua que corre junto al casco cuando estamos navegando

  • Entrar al interior del barco

  • Frío

  • Comidas grasientas y poco digestivas

  • Exceso de ingestión de líquidos

Por estos motivos conviene tener en cuenta una serie de recomendaciones:

  1. Salir a navegar descansados y sin resacas alcohólicas en nuestras cabezas

  2. Tomar alguna medicina para prevenir el mareo

  3. No mirar al agua cercana al barco, sino dirigir la vista hacia el horizonte o bien a un punto de tierra, si estamos cerca de ella

  4. Abrigarse en caso necesario

  5. Procurar que el viento nos refresque la cara

  6. No permanecer dentro del barco más de lo imprescindible

  7. Comer poco pero con alimentos que sean estilo pan, galletas y frutos secos. También frutas compactas como los plátanos, manzanas y similares.

  8. Procurar no ingerir grandes cantidades de líquidos, sino en pequeños sorbos para no deshidratarnos

  9. En caso de que nos entre el mareo, tumbarnos en un lugar fresco y ventilado

En el caso de mareos persistentes, la persona puede llegar a debilitarse tanto que no es bueno para su salud. Recuerdo un caso real, en el que volvíamos navegando a vela desde Cerdeña hasta Menorca, después de haber pasado unos agradables días entre sus numerosas calas, y uno de los tripulantes que iba a bordo comenzó a sentir los primeros síntomas nada más abandonar el extremo occidental de la isla. Es cierto que soplaba un viento fresco del norte que además nos impulsaba rápidamente pero también lo era que el barco se movía bastante. El hombre estuvo los dos días y pico de travesía sobre la cubierta sin atreverse a entrar dentro del barco debido a que cada vez que lo intentaba se mareaba aún más. No comió nada y bebió muy poco líquido. Llegamos a Fornells y desembarcó desde el auxiliar. Cuando llegó a tierra casi no podía andar. Lógicamente con el paso de las horas se fue recuperando y además recobró el apetito. Un tiempo después me encontré con él y me confesó que se le había juntado el mareo con los primeros síntomas de la hepatitis que comenzaba a incubar, es decir, un cóctel explosivo.

Por dar fin a este artículo no conviene olvidar que cuando no nos queda más remedio que «largar lastre», hay que hacerlo siempre por la banda de sotavento, ya que si no, el resto de compañeros de tripulación sufrirán en sus cuerpos una nada agradable lluvia de nuestra parte, y es probable que nos lo recuerden durante toda la vida…