Llevaban izado poco trapo, puesto que el viento estaba entablado en unos veinte nudos, con rachas de fuerza seis de la escala Beaufort; en el triángulo de proa un foque número tres, y a popa la mayor entera, sin rizos. Al ser un barco un poco antiguo, tenía más superficie en las velas de proa que en la mayor, y por lo tanto, ésta se aguantaba bien sin rizos.

La visibilidad era mala puesto que había bruma y aún no divisaban ninguna de las marcas de entrada al canal del Solent por el oeste. Pedro había elegido la recalada por la zona de las Needles, ya que era más directa y no tendrían que rodear el sur de la isla de Wight con el faro de Saint Catherine’s Point presidiendo la costa. Lo que no sabía, por falta de experiencia, es que en esa zona se formaba mucho oleaje con la corriente en contra.

Cuando reconocieron las marcas de entrada, arrumbaron a la boya cardinal oeste. El viento soplaba con fuerza desde el suroeste, y la mar tendría un metro y medio aproximadamente de altura. No eran olas altas y el barco navegaba rápido y respondía bien al timón. No obstante, Pedro decidió arriar la mayor y efectuar la entrada solamente con el foque y el motor. De ese modo, evitarían el riesgo de una posible trasluchada y el barco sería más fácil de gobernar. Además se colocaron los chalecos salvavidas y el arnés de seguridad para evitar caídas por la borda. Toda precaución en esas frías aguas no estaba de más.

Una vez finalizada la maniobra de arriado, enfilaron hacia la marca oeste. En ese momento, uno de los tripulantes preguntó a Pedro: “¿Estás seguro de que éste es el rumbo…?” El motivo de dicha pregunta era que se veían olas romper cerca y además la mar comenzaba a arbolar ligeramente. Aunque el motor no era muy potente, podía hacer andar al barco a unos seis nudos en buenas condiciones. En ese momento probablemente les hubiera venido mejor tener más velocidad, puesto que la corriente había comenzado a bajar y ya era tarde para virar y dirigirse al este de la isla. Como eran las tres de la tarde de un triste domingo de noviembre, ya estaba anocheciendo en esas latitudes y no se veía ningún barco por la zona navegando. ¡Menudo panorama para tener algún incidente en las turbias aguas inglesas!.

La visión por la popa no era muy esperanzadora. La sensación era de estar entrando en una playa porque las olas comenzaban a romper, aunque realmente no eran muy altas. La explicación lógica era que al ir la corriente contra las olas, las hacía crecer y romper. El barco marcaba una velocidad de corredera de seis nudos, pero realmente sobre el fondo su velocidad efectiva eran unos dos o tres nudos como máximo. Las olas les ganaban y no podían avanzar más rápido.

Alfonso, el timonel, gobernaba con mano firme y mantenía el rumbo, pero no pudo evitar que una primera ola cogiera el barco por la aleta y lo hiciera escorar, perdiendo el rumbo momentáneamente. Ese fue el primer aviso y sin grandes consecuencias, pero Pedro reconocería con posterioridad que se le formó un nudo en la garganta. ¿Y si se había equivocado?, ¿por qué no había decidido antes entrar por la zona oriental de la isla…? Lo de siempre: la soledad del patrón de un barco. Al final las decisiones son las que él toma, sean acertadas o equivocadas, y no tienen vuelta atrás.

Una segunda ola, más taimada que la anterior, les cogió en un mal momento y les rompió en la popa haciendo escorar al barco hasta unos ochenta grados a babor. El foque trasluchó y los arneses de seguridad y las manos de los tripulantes evitaron la caída al agua de todos ellos. Solamente se cayó al agua el zapato de uno de los tripulantes. Afortunadamente, el motor siguió funcionando y eso hizo que recuperaran rápidamente el rumbo. Ya llegaban a la boya y la mar comenzó a calmar. Lo peor había pasado.

Nadie abrió la boca para comentar lo que había pasado, salvo las usuales miradas de alivio. Para celebrar que ya estaban en el Solent y romper el hielo después de la tensión sufrida, a un tripulante se le ocurrió sacar una botella de vino tinto y unas aceitunas. En ese momento comenzaron a relajarse, y mientras anochecía en esa fría y desapacible tarde dominical de noviembre, fueron entrando en el canal para recalar al final del día en Portsmouth.