Amanece el nuevo día y conseguimos solucionar el problema en la vela mayor. Era que simplemente se había aflojado el grillete del puño de escota de la mayor y, a consecuencia de ello, trabajó mal y se dobló, soltándose también.

Al poder desplegar más superficie velica, aumentamos la velocidad y conseguimos subir de los cuatro nudos. También nos favorece el ángulo de ceñida y ya podemos lograr un ángulo de viento real de 60 grados sin apurar demasiado, ya que como el barco pesa tanto, enseguida reducimos la velocidad y el barco se para.

Todas las noches procuramos escuchar a Rafael del Castillo, excelente ayuda para los navegantes, ya que desde su base en Canarias ayuda a todos los que lo necesiten, facilitando el parte meteorológico, según la posición donde se encuentre barco.

Ciñendo en el Atlántico (fotografía Alfonso Hernández)

Ciñendo en el Atlántico (fotografía Alfonso Hernández)

La noche siguiente navegamos bien, tranquilos, aunque al amanecer sufrimos otra pequeña avería, fácilmente subsanable, en la vela de mesana. Se rompe la fijación de la polea de la contra en la botavara pero podemos hacer un apaño y lo solucionamos.

A la hora de comer, sobre las dos de la tarde, nos entra un chubasco que hace que el viento refresque hasta los 37 nudos. Se nos desencaja la lavadora de su soporte y entre dos consiguen volver a colocarla. Está claro que los barcos hay que prepararlos bien para este tipo de travesías, ya que todo lo que pueda romperse, moverse o soltarse, lo hará sin ninguna duda. Por ejemplo, cuando en Noviembre largamos amarras desde Palma de Mallorca, en la travesía de ida, nos encontramos con mala mar la primera noche y se rompieron varias copas de cristal que no estaban bien estibadas en los armarios.

Justamente cuando está anocheciendo, al embarcar una ola por la proa, se nos rompe el puño de amura del génova y tenemos que arriarlo. Dejamos que pase la noche para poder arreglarlo durante el día y seguimos únicamente con la trinqueta, mayor y mesana.

Al día siguiente nos vuelven a entrar varios chubascos al mediodía. Hasta que no nos alejemos bien de las islas del Caribe, se seguirán produciendo. Ese día comemos pulpo a la gallega. Tenemos un cocinero que por lo menos nos hace comida caliente todos los días, y eso se agradece mucho en un barco. En un barco se debe aprovechar para comer caliente cuando hay buena mar. Cuando las condiciones empeoran es cuando hay que tirar de bocadillos y frutos secos. También podemos ducharnos con agua caliente. Es un lujo asiático en un barco de éste tipo ya que lo normal es ducharse con baldes de agua salada, como lo hacíamos navegando hacia el Oeste. Lo que ocurre es que ahora el tiempo es peor y no es recomendable hacerlo en la cubierta.

Por la noche navegamos bien, haciendo entre 5 y 7 nudos, lo cual nos hace avanzar a un buen promedio. De hecho, tenemos que aferrar la mesana debido a la escora del barco. Al mediodía el viento vuelve a calmar y no andamos casi nada. La posición al mediodía nos da un promedio de 4,8 nudos, lo cual es muy poco. Llevamos una semana navegando y solamente hemos avanzado 632 millas….

Viento de través (fotografía Alfonso Hernández)

Viento de través (fotografía Alfonso Hernández)

La siguiente noche nos cruzó un portacontenedores por la popa. Le habíamos iluminando las velas por si acaso no nos había visto. Mejor prevenir que curar. Finalmente nos maniobró cayendo a estribor y nosotros seguimos a nuestro rumbo. Posteriormente también avistamos otro barco mercante. Se ve que cruzamos una ruta transitada. Al amanecer, estando de guardia, escuché un resoplido, como de una ballena. Me asomé a la bañera y ví un cachalote de buen tamaño. Estuvo una hora y pico, aproximadamente, dando vueltas alrededor del barco y pasando también por debajo del casco. No quiero ni pensar en qué ocurriría al caer al agua con semejante «monstruo» rondando cerca. Los dientes de los cachalotes no son precisamente pequeños.

Al mediodía calculamos que quedan unas 1700 millas hasta las islas Azores. Si todo va bien, podríamos llegar hacia el día 23 de este mes. Para entretenerme, suelo tomar rectas de altura con el sextante y voy haciendo una navegación paralela a la que llevamos con el GPS. Esto permite no perder la práctica y, en caso de que la electrónica falle, tener una alternativa para poder obtener la situación. Las situaciones, generalmente, son aceptablemente buenas, comparadas con las del Gps.

Por la tarde uno de los tripulantes se pone manos a la obra con el génova, y consigue reparar el puño de amura después de un buen rato, ya que como hay tantas capas de tela, cuesta mucho pasar la aguja de coser. Una vez reparado lo izamos, pero dejamos parte de la vela enrollada para que no trabaje demasiado el puño.

(Continuará)