Faltaban unas pocas horas para que se diera la salida a la regata anual en solitario que organizaba el club. Pedro había preparado su barco exhaustivamente. Le gustaba tener todo a punto, aunque era consciente de que cualquier pieza del rompecabezas que supone un barco de vela podría fallar en cualquier momento. ¿Quién le aseguraba que la jarcia, que tenía 28 años, no fallaría por culpa de algún poro oculto entre el enjambre de acero?, ¿la polea tal o el herraje cual estaban realmente en condiciones?… El desgaste del material estaba siempre presente en un barco antiguo, pero él siempre había tenido la precaución de ir sustituyendo las piezas que presentaban algún defecto o que simplemente por el uso se habían ido deteriorando.

En cuanto a las velas, el aparejo del que disponía el barco le permitía muchas combinaciones ya que era tipo «cutter», es decir, le permitía izar dos velas en proa. Tenía un génova enrollable en el estay principal y una trinqueta y un tormentín para el estay de trinqueta. Estas dos últimas velas eran para viento fuerte y además la trinqueta podía izarse junto con el génova para vientos a partir del descuartelar, lo cual le daba medio nudo extra de velocidad al barco. La mayor tenía sables forzados y patines con rodamientos, lo que le facilitaba el izado y el arriado de la misma. Además, al ser Pedro un navegante tradicional, también había instalado un carril adicional en el palo para envergar una mayor de capa en el caso de que las cosas se pusieran muy feas y hubiera que navegar en condiciones de viento duro. Disponía, además, de un par de génovas algo más pequeños que el principal, que iban estibados en el camarote de proa. En caso de rifar alguno de ellos, siempre tendría un recambio.

En cuanto al recorrido de la regata, no presentaba mayores complicaciones ya que era un recorrido de ida y vuelta en el cual únicamente había que montar una isla por babor. Las complicaciones podrían venir en cuanto al tráfico de barcos mercantes, ya que entre los dos puertos entre los cuales se desarrollaba la regata, había bastante tráfico de ese tipo de barcos. Pedro conocía bien el reglamento de abordajes, y sabía que un barco de vela tenía preferencia ante un buque de propulsión mecánica aunque tampoco olvidaba que de los barcos grandes era mejor mantenerse apartado. Los pesqueros podían también suponer un problema, ya que en esa época estaban en plena campaña del verdel y de la anchoa y era más que probable que se los encontraran durante el recorrido. Ante éstos no tenía preferencia y tendría que gobernarles. Así que había que navegar con mucho cuidado.

Disponía de las cartas que cubrían el recorrido. Eran un par de cartas del IHM actualizadas por los últimos Avisos a los Navegantes, que Pedro había consultado recientemente. A pesar del Gps, Pedro siempre llevaba consigo su fiel compás de demoras, el transportador de ángulos, un compás de puntas, un lápiz, un cartabón y una regla. La electricidad a bordo de un barco siempre era poco fiable debido a la humedad y el ambiente salino, y no podía dejarse todo en manos del azar. Además le gustaba llevar un registro de la navegación en un cuaderno de bitácora «casero» donde anotaba los rumbos, datos de la corredera, condiciones meteorológicas y cualquier otra incidencia de interés durante la navegación. En la carta únicamente anotaba los rumbos de aguja entre las diferentes puntas y cabos que debería de doblar para completar el recorrido. Esto le permitía echar un vistazo rápido en la carta sin necesidad de tener que sostener el transportador y la regla con el barco escorado, lo cual no solía ser una tarea fácil.

Para la comida había simplificado y como solamente sería pasar una tarde, la noche y quizás el día siguiente hasta la tarde, y además la salida sería después de comer, no tenía más que llevar algo preparado para calentarlo en el fuego y el resto serían cosas fáciles y rápidas de comer. Siempre llevaba una buen provisión de bolsas de té ya que era lo que mejor le entraba durante la noche, a la par que le quitaba la sed. Para facilitar su preparación llevaba un termo relleno de agua hervida que le aguantaría toda la noche y le ahorraría tiempo.

«Cinco, cuatro, tres, dos, uno: ¡SALIDA!» se escuchó a través del canal 72 de Vhf. El viento soplaba del este-sureste y permitió a todos los participantes salir amurados a estribor y bastante rápido. La corredera marcaba 8,5 nudos en ese momento y, mientras Pedro cazaba un poco más la escota del génova, observó que no había salido en mala posición. Tenía a barlovento y un poco hacia la popa a un barco muy rápido pero que era más pequeño que el suyo. En ese momento, y por la velocidad de casco que desarrollaba, le iría sacando ventaja. A sotavento y al través tenía a otra embarcación algo mayor que la suya, que poco a poco le iba sacando ventaja. Por la popa le seguían el resto de los 11 participantes que se habían apuntado a la regata.

El parte era de viento de componente este, que al caer la noche iría amainando. Era el viento térmico que soplaba siempre en esa zona del Cantábrico. Su táctica sería sacar el máximo de velocidad al barco, trimar correctamente las velas, y acercarse al anochecer a la costa, para buscar el terral que sin duda soplaría una vez hubiera pasado la calma que siempre lo precedía. La regata se corría en tiempo compensado y, según sus cálculos, tendría que sacar dos horas al barco más lento para ganarla. Creía que podría conseguirlo, pero lo más temible serían las posibles calmas nocturnas, que le podrían meter en un agujero de viento  y estropearle las opciones a ganar el preciado trofeo, una metopa de madera que reproducía medio casco del «Pen Duick IV», el barco con el que Tabarly venció en la regata transatlántica de 1964.

Dieron las 09-30h en el reloj de bitácora y Pedro decidió bajar a la cabina para prepararse la cena. El viento había ido amainando desde hacía media hora y la marejada del nordeste balanceaba al barco de una banda a la otra. Trincó la mayor al medio y enrolló el foque parcialmente para que el puño de escota librara el palo. De este modo evitaba que el foque estuviera rozando constantemente debido a los balances. Sabía que hasta dentro de una hora, aproximadamente, no comenzaría a soplar el esperado terral y era el momento de cenar. Su fiel piloto le mantendría el rumbo a pesar de la escasa velocidad del viento. Puso al fuego la cazuela con el guisado de carne, patatas y zanahoria que se había preparado en casa. Justamente en ese momento emitieron el parte meteorológico los de la estación costera para el día siguiente. Se confirmaba que habría vientos flojos de dirección variable, fijándose del nordeste al mediodía. Era el esperado parte debido a la influencia del anticiclón de las Azores en esa época del año.

Terminó de cenar y se preparó un té, el primero de los muchos que caerían esa noche. Encendió las luces de posición del farol tricolor de la parte alta del palo, y subió a la bañera. Se había acercado a la costa y estaba próximo a una ría por la que seguramente en un rato se canalizaría el esperado terral. Por la popa veía una guirnalda de luces verdes y rojas que correspondían a los barcos más lentos. Por la amura de estribor y un poco más hacia el mar veía la luz de alcance del barco más rápido. Calculó que a esa distancia, ese barco aún no le sacaba el tiempo necesario para ganar y todavía quedaba mucha regata.

Cuatro de la madrugada. Hace una hora que el barco de Pedro ha dejado la isla por babor. Ha llegado el segundo, un poco por detrás del barco que iba por delante suyo al principio de la noche. El terral soplaba constante, con una media de 9 nudos de intensidad, lo cual le permitía hacer entre 4 y 5 nudos sostenidos. Al poco de virar la isla tuvo un problema con el piloto, que dejó de funcionar súbitamente. Consiguió mantener un rato el rumbo con la ayuda del freno de la rueda del timón y las velas bien equilibradas, mientras sustituía un fusible que era el causante del fallo electrónico. Una vez arreglada la avería, trató de visualizar entre la oscuridad a los demás competidores. La visibilidad era muy buena y divisaba los faros que le iban marcando el rumbo a seguir. Muchos competidores aún no habían pasado por la isla y eso significaba que iba sacándoles una buena ventaja. El sueño hacía mella en él, pero hizo un esfuerzo por concentrarse en la regata ya que había muchas posibilidades de llevarse el trofeo. Mantenía a raya la distancia que le separaba del primer barco y calculaba a ojo que aún le ganaba en tiempo compensado, así que con lo que quedaba para llegar a la meta, muy mal se le tendría que dar para perder su puesto. Si todo iba bien, sobre las 9h estarían entrando en puerto. El riesgo era quedarse sin viento antes de llegar allí, pero aún a esa hora todavía debería de estar soplando el terral.

Pedro miró su reloj: eran las 08-30h y estaba a un cable de la línea de llegada. Enfilaba su proa hacia el barco del comité de regatas, y rebosaba de alegría porque en los últimos bordos que había dado para entrar en el puerto, su competidor más próximo había tenido problemas con el génova, lo cual le permitió pasarle por la proa a pocos metros y mantener así la preciada ventaja. Tenía a su alcance la doble victoria: en tiempo real y en compensado.

«Tuuuuuuutt»…. sonó el bocinazo del comité de regatas al cruzar la línea de llegada ¡El trofeo era suyo! Tenía una merecida victoria en sus manos ya que había peleado durante toda la regata, y no se había dejado vencer por el cansancio ni había bajado la guardia para trimar las velas correctamente durante todo el tiempo.